Recorremos caminos de inconscientes
maneras. Nos dejamos hacer y deshacer al antojo de gusanos huecos que aniquilan
la cordura y el amor que habita en nuestras entrañas. Injurian nuestro cuerpo,
lo lapidan, lo queman, lo arañan, lo muerden. Mantenemos la farsa de la
normalidad, la sonrisa pintada, la máscara de la vida perfecta, y, mientras
tanto, morimos de miedo y de soledad en un rincón de la cara oculta de nuestra
cueva. ¡Maldito pasado! Ojalá pudiera matarte de un suspiro, uno de esos en los
que desahogo mi ansiedad y mi pánico a pisar las calles. Ojalá pudiera exterminar
todo reflejo de esa ave de rapiña que cortejó mi inocencia para violarla
después.
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