lunes, marzo 30, 2009

Recuerdos


Borré todo lo que había escrito hasta ese momento, nada de lo que allí había me servía. Le dí muchas vueltas, cambié unas palabras por otras, busqué sinónimos y antónimos, sustituí frases enteras, parafraseé, pero nada era lo suficientemente bueno. Cerraba los ojos mientras escribía para viajar hasta aquel día, intenté ponerme en mi piel pasada, sentir lo mismo que entonces, pero por más esfuerzos que hacía, mi mente estaba bloqueada, vacía, como si todo lo que había ocurrido en realidad no perteneciera a mi vida. Sé que en algún momento me pasó, sé que fui yo la que sufrió, la que lloró, mas nada de todo aquello volvía a mí. Tanto significó para mí, tanta oscuridad me costó seguir adelante, olvidarlo, que ahora, efectivamente, me era imposible recuperar el recuerdo.


Tras un par de horas me rendí. Decidí tomarme un respiro y dejar que mi mente se relajara, que repusiera fuerzas para comprobar si era cierto que el inconsciente tenía la capacidad de traer aquello que la consciencia oculta. Fui a la cocina a por un vaso y busqué por los muebles, recordaba haber comprado una botella de whisky, pero no recordaba dónde la había puesto. Hacía tiempo que no probaba el whisky; de hecho, ya no lo soportaba, sólo su olor me provocaba arcadas, pero su sabor era una de las pocas cosas que podía conducirme de nuevo a aquella etapa de mi vida. Encontré la botella detrás de un par de paquetes de galletas. Lo abrí y me serví más de medio vaso, sólo con hielo. Le dí un sorbo y no pude evitar una mueca de asco y retorcerme para evitar vomitarlo todo. Para disimular un poco el alcohol me encendí un cigarro, y para terminar de prepararlo todo, busqué un disco de jazz, me servía cualquier cosa, Eddie Harris, Miles Davis, Charlie Parker o Freddie Keppard. Sentía la necesidad de crearme un ambiente, uno parecido al que rodeaba mi vida en aquellos tiempos. Volví a cerrar los ojos cuando la música empezó a sonar, y me dejé llevar.


Empecé por imaginarme mi casa, aquel primer día en la ciudad, el vértigo mezclado con la ilusión, las ganas de empezar de nuevo, la esperanza. Recorrí cada una de las habitaciones de mi primera casa, la soledad impregnando el aire, todo en un silencio de esos que preceden al gran momento. Después continué haciendo un repaso por todas las caras que fui capaz de recordar, los gestos y ademanes propios de cada persona que, en aquella época, pasó por mi vida, sus timbres de voz, intenté reconstruir los lazos que los unían a mí, qué tipo de relaciones teníamos. El olor del metro, las noches confusas, la ausencia. Comencé a revivir los abandonos, las distancias, la entrega sin medida. El pulso se me aceleraba por momentos. Me serví otro whisky y encendí otro cigarro. Volvieron a mí la ebriedad y la noche, la vergüenza y el castigo.


Mientras daba vueltas por la habitación como una fiera encerrada choqué contra una silla y caí al suelo. Abrí los ojos de golpe y me di cuenta de que estaba llorando, que tanto esfuerzo había dado resultado. El pasado había vuelto de la forma más violenta. Fue cuando abrí los ojos cuando lo vi todo, fue entonces cuando la crueldad tomó forma para terminar de convencerme de que aquello seguía dentro de mí, en el rincón más oscuro de mi ser. Me levanté como pude y volví a sentarme frente al ordenador. Las palabras fluyeron al mismo tiempo que las lágrimas, la repulsión y el odio.

Después de dos horas mi trabajo había terminado. Imprimí lo escrito y lo metí en un sobre. Escribí fuera del mismo mi nombre completo y la fecha. Entonces, sólo después de haber apagado el ordenador, haber puesto el sobre encima de la mesa del salón y haber recogido todo, pude coger mis maletas y bajar a la calle. Paré un taxi y le pedí que me llevara a la estación.


Ahora no me siento culpable por no mirar atrás al marcharme, no me siento culpable por abandonar de nuevo. Una vez me lo quitaron todo, cortaron el camino que debía seguir. Muchas veces he abandonado ya, y nunca pedí perdón. Sin embargo, hoy, después de mucho tiempo, recuerdo aquella rendición, aquella partida, aquel abandono, y me hace feliz saber que al menos, en aquella ocasión, tú, mereciste que te contara toda la verdad.

domingo, marzo 29, 2009

Cigarros



El cigarro se consume en el cenicero,
lento, sabiéndose
mi único compañero
en la noche.
Todo mi universo hecho de humo,
difuso, irreal.
Hago garabatos en el papel
con ebria soltura,
y miro por la ventana
la oscura
realidad de la noche.

Difunto el primero
enciendo el segundo cigarro
mientras sigo buscando
palabras
que te dañen,
que te llamen,
que te hagan volver.
El camión de la basura
distrae mis recuerdos,
y en el cajón de mi mesa
el mismo desorden que ayer.
Aunque es fácil confesar
desde la distancia,
tu ausencia despierta en mí
la vergüenza y la derrota,
y asumo tu silencio
con estudiada resignación.
El humo asciende
en insinuantes curvas,
evocándome noches
contigo a solas.
Cierro los ojos y,
por un instante,
vuelve tu imagen, tu aroma,
tu respiración
acompasada con la mía,
mientras sola agoniza la colilla
cual imagen mía
reflejada en el cenicero.
Te quiero
Pronombre y verbo
como única concesión
de las musas.

Enciendo el tercero.
Corren las horas
y mi mente viaja
más allá del lenguaje,
más allá del presente,
más alla de tu imagen.
Te quiero
Gramática pobre
para un mundo complejo.
Te quiero
Esperanza escudada
en un pronombre y un verbo.
Te quiero
Y mi vida pendiendo
de un pronombre
y un verbo.