martes, marzo 30, 2010

A orillas de tu playa, reconstruyo mis castillos de arena una y otra vez. Me aferro a la luz de tus ojos sin querer ver lo caduco de la magia, la ingravidez de lo pasajero. Fue y ya no es, y yo no sé vivir sin extañarte.


Caminas ajeno a lo que en mí late. Distingues, cada día, mil y un rostros, sin llegar a definir el perfil del que me pertenece, siempre a la diestra de tu sombra. Estoy aquí, escondida, susurrándote con cada latido de mi pecho todo lo que soy capaz de amar.


El destino jugó sus cartas, y no fui capaz de defender las mías. Así fue y así empecé a rendirme. No hubo batalla ni emboscada, sólo una rápida huída, una decisión apremiante que maldijo las confusas coordenadas.


Yo no sé vivir sin extrañarte, te decía, y quizás debiera silenciarlo, pero la noche me libera de las cadenas que retienen las vergûenzas, y a estas horas, con esta luna, me siento con el coraje suficiente para inmolar las últimas fuerzas que me quedan.