domingo, julio 19, 2009

Nocturno

No me busquen,
no me sigan,
no pretendan saber.
No teoricen,
no calumnien,
no quieran entender.



Tras la batalla,
todo guerrero ha de curar sus heridas.

Toda sangre derramada duele,
y todo dolor necesita su abrazo.
Toda derrota mata,
y toda muerte ha de ser llorada.
Todo llanto necesita ser compartido,
y toda herida ha de ser curada.

El guerrero,
en la fiereza de su alma,
alberga la esperanza de volver
para encontrar unos brazos que lo envuelvan,
que lo sostengan,
para,
luego,
tener las fuerzas necesarias
que le permitan
volver a la guerra.





viernes, julio 17, 2009

Queda...

Aprender a caminar sola por la calle, a llevar siempre las llaves de casa porque nadie te va a abrir la puerta. Aprender a cocinar para uno, a utilizar un solo plato y un solo juego de cubiertos. Acostumbrarse al silencio, a no contarle a nadie cómo te fue el día, a escuchar el tic tac del reloj de la cocina desde todos los rincones de la casa. Aprender a levantarse por la mañana sin que nadie te despierte porque te quedaste dormida. Ser consciente del valor de un abrazo, de una llamada, de unos buenos días. Aprender a desayunar, almorzar y cenar sola. Acostumbrarse al ropero medio vacío, a las lavadoras a media carga, a comprar la comida en paquetes y botes pequeños. Acostumbrarse a tomar sola el café después de la comida, a volver sola a casa, a no pronunciar la primera palabra del día hasta las doce de la mañana cuando es el cartero el que llama al timbre. Acostumbrarse a que, si te olvidas la toalla, nadie te la va a acercar cuando salgas de la ducha, a que nadie te prepare el café un domingo por la mañana. Aprender a llorar y reírte sola, a no comentar con nadie las noticias. Dejar de compartir el gel de ducha, el champú y la pasta de dientes. Subir sola a casa las bolsas de la compra. Acostumbrarse a que nadie te espere, a no esperar. Aprender a cuidarte, a que no te cuiden, a no cuidar. Acostumbrarse a no decir buenas noches, a no compartir. Soportar el peso de una casa vacía. Perderle el miedo a la oscuridad y a las despedidas. Aprender el significado de la soledad.

miércoles, julio 08, 2009



Me consumo.

Esta guerra cuerpo a cuerpo
con la realidad
está dejando marcada mi piel
y mi alma.

La botella de vino me mira
desde la mesita,
callada ante el espectáculo.
Esos aires de complicidad
entre el cenicero y la copa
siempre me abrieron puertas…

Continúo con mi lucha,
tomando la palabra como arma más potente
contra lo inevitable y lo incierto.

Nadie sabe, nadie pregunta.

Nadie me mira de frente
para no ver,
para no reconocer en mis ojos
esta sangrienta batalla
que me nace de adentro.

Agazapada tras el papel y el cigarro,
lanzo al aire improperios y calumnias
que siempre terminan por convertirse
en gritos de auxilio.

Clavo mi estoque de versos a la ausencia;
al amor lo dejé moribundo entre
sábanas y lágrimas;
el deseo se fue extinguiendo sólo,
como una vela que se acaba;
y mi vida,
que es lo único que me queda,
aún pelea frente al espejo,
pidiendo a la imagen reflejada
que no se rinda,
que no sucumba.

Veo al odio y al miedo
batirse frente a frente
tras mis manos de niña.
Mi inocencia se corrompe
ante la imagen,
y, de golpe,
miles de años de historia
caen sobre mí.

Sólo la ternura del felino,
ése que vive conmigo,
en mí,
mantiene mis pies en el suelo
y me cuenta,
con sus movimientos y sus miradas,
que soy fuerte,
que puedo renacer una y mil veces,
que la guerra aún no está perdida.

Pero nadie sabe,
ni pregunta,
si, en la trinchera,
podré resistir las embestidas,
ni cuánto tiempo tardaré
en batirme en retirada.


jueves, julio 02, 2009

Absurda


Absurdamente, empaño el cristal de mis mejillas con imágenes difusas. A golpe de humo destruyo cada centímetro de camino recorrido, obviando consejos y pareceres. No soy diestra cuando se trata de confesar, pero tampoco sé frenarme cuando el alma guía.


Disculpo a ciegas imperfecciones oscuras y miro para otro lado a pesar de saber, en el fondo, que me daño en la entrega; jamás creí en los límites impuestos a los sentimientos.


Hablar me cuesta y escribir me libera.


Llevo al límite las intuiciones, y, aunque me asusta la realidad, intento divagar cuando la mente lo precisa. A destiempo caigo en las revelaciones, y esto me lleva a vivir en el imprevisto.


La soledad baña mis manos, que se pierden buscando una mano que me sostenga. Mi cuerpo narra mi historia con una crueldad visceral, mostrando lo débil y lo fuerte que puedo llegar a ser. Sin embargo, no todo el que tiene ojos ve, y los pasos equivocados y las intenciones mal calculadas son armas mortales para alguien que no sabe defenderse.


No me avergüenza mostrarme si es el corazón el que a través de mí grita, ni me arrepiento de lo que hice. Volvería una y mil veces a cometer los errores que en mi vida cometí, y volvería a traspasar los límites que prometí respetar.


Cuando amo y cuando odio nunca espero.


Me cuesta olvidar y me mata el recuerdo. Soy insoportable y complicada, me muestro distante y ajena. No soporto la ausencia y me aterra el abandono. Cada tanto me escondo, y a veces me quiero. Me veo ingenua e incompleta, y mis defectos y mis virtudes coexisten en un limbo de incoherencias. Bebo y fumo los versos que no me atrevo a escribir. Y, absurdamente, retengo en la retina aquello que me fue negado, sin dejar de desear, en lo más profundo, haber cambiado el curso de la historia.