sábado, junio 20, 2009

Silencio

Cotejo las coordenadas de mis recuerdos, intentando buscar la señal que me ayude a dormir. Mido y vuelvo a medir distancias, distancias etéreas que aumentan a cada lágrima que, lenta y silenciosa, va dejando su marca en mi rostro.

Porque mi llanto es lento y silencioso. Como un vaso que rebosa, mi pequeño cuerpo llega al límite de dolor soportable, y éste se hace lágrima, y emprende su huída a través de mis ojos. Mi llanto dura días enteros con sus largas noches, mas nunca se altera, ni grita, ni llama. Mis lágrimas, casi imperceptibles, van a parar a la tierra, sin que nadie las vea, donde se esconden presas de la humillación y la vergüenza.

Cuando dejo de mirar desde las entrañas del deseo y comienzo a mirar con los ojos, miles de astillas comienzan a perforar mi piel, y una agonía cruel se me cruza entre el corazón y el estómago, dejándome casi sin respiración. Intento exhalar todo el dolor, pero mi cuerpo ya no responde a mis órdenes, y me dejo llevar a una batalla perdida que hiere sin matar.

Me duele el vacío.

Camino sobre un abismo arbitrario y mentiroso, un abismo creado para que mis pies se hundan, para que yo me hunda, un abismo hecho a mi medida en el que penetro con los ojos cerrados.

Me duele la ausencia.

Respiro un aire tóxico que enferma mi voluntad.

Me duele el silencio.

La leve actitud ajena del que nada tiene que ofrecer mina mis nervios, mi paz, mi entereza, y pierdo el equilibrio sin red que me proteja.

Me duele, y nada ni nadie sabe que habito en un desierto de sal donde nunca reconoceré haber estado jamás.



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