
De niña, mi casa era grande.
Ahora,
cada paso me hace chocar con una pared,
y sangro.
La ventana estaba ya allí.
Simple.
El cristal se aparecía frente a mí
como un ritual de transición
a la cordura.
Inerte.
Cargado de significado.
Los rayos del sol,
limpios,
llegaban a mí directos,
respondiéndome en silencio.
Volví al rincón,
a refugiarme en la oscuridad,
allá donde la inmensidad de lo desconocido
y lo mundano
quedaran
fuera de mí.
En realidad buscaba la inconsciencia,
la oscuridad más profunda,
donde todo era válido.
La muerte era una excusa.
En realidad buscaba el dolor,
donde todo lo que te rodea desaparece,
y sólo existe lo que te duele.
La ausencia era una excusa.
En realidad buscaba la ira,
la concentración en un punto,
que era mi abandono.
El mundo era una excusa.
En realidad me buscaba a mí,
perdida en la nada,
sin vida.